Sunday, October 28, 2007
Sotheby's
Las oficinas de Sotheby’s Nueva York son casi tan majestuosas como los objetos que subastan en sus interiores. En medio del exclusivo barrio upper east side, un imponente edificio de diez pisos ocupa toda una manzana y hecha su sombra sobre el East River. El lobby de mármol tiene por música de fondo el clin clan de Jimmy Choos y Manolo Blahniks y quién sabe qué otros tacos híper sofisticados. El décimo piso alberga un centro de exposiciones--un espacio amplio de paredes blancas e iluminación perfecta digno de los mejores museos del mundo--por donde pasan desde pinturas renacentistas hasta sillas de diseño. Pero es en el sétimo piso donde reina la tiranía del martillo, donde los coleccionistas más apasionados se muerden las uñas esperando esa pieza única que los tiene locos, listos para levantar su paleta una y otra vez, subiendo su oferta más y más, invirtiendo miles o hasta millones de dólares con sólo un movimiento del brazo.
No es para menos. Desde que el británico Samuel Baker fundó Sotheby’s en 1744, han pasado por sus salas de subasta los objetos más increíbles¬--las joyas de la Duquesa de Windsor, los cubiertos que usaron los rusos en el espacio, innumerables obras de arte importantísimas, y hasta el tiranosaurio rex más grande del planeta. Lo que comenzó como una pequeña subasta de libros valiosos se ha convertido en un imperio con sedes en Londres, Singapur, Paris, Buenos Aires, Melbourne, Tel Aviv, Hong Kong, Moscú....
Comparable a Sotheby’s, sólo Christie’s, su eterno rival con oficinas en Rockefeller Center. Aunque existen muchas otras casas como Phillips de Pury o la mexicana Louis C Morton, los dos gigantes ingleses dominan el mercado internacional y andan perpetuamente involucrados en una intensa competencia sobre quién vende el cuadro, o la estatua, o la antigüedad más cara. Y es que no es cosa fácil persuadir a alguien para que pague más dinero del que jamás se ha pagado por un objeto similar en la historia. Pero la gente lo hace; Sotheby’s y Christie’s los convencen. En mayo del 2005 por ejemplo, Sotheby’s vendió “Garçon à la pipe” de Pablo Picasso por $104.1 millones de dólares, haciendo de éste cuadro el más caro que jamás se ha vendido en subasta. Es con la esperanza de resultados similares que los consignadores de estas casas les confían sus más valiosas pertenencias.
Últimamente, los departamentos de arte latinoamericano de ambas casas han sido bastante exitosos. Las ventas de la subasta de mayo en Christie’s llegaron hasta los 23 millones de dólares--el monto más alto que se ha registrado en una subasta de arte latinoamericano. Sus colegas en Sotheby’s no se quedaron atrás con ventas de 21.3 millones. Ambas compañías reportaron precios record para varios artistas: el cubano Mario Carreño, el mexicano Alfredo Ramos Martínez, el uruguayo Joaquín Torres-García, entre otros.
Esto representa una verdadera revalorización del arte de nuestra región. La primera subasta internacional de arte latinoamericano se realizó en Sotheby’s en 1979, y la casa estuvo orgullosa de reportar ventas que excedían el millón de dólares. En esas épocas, los clientes eran casi todos latinoamericanos. Hoy, el record para pintura latinoamericana es de 5.6 millones y le pertenece a Sotheby’s por la venta del óleo “Raíces” de Frida Kahlo. Carmen Melián, directora de dicho departamento, nos cuenta que 50% de sus clientes ahora son estadounidenses, europeos y del sudeste asiático. Grandes museos como el Tate Modern, el Museo de Bellas Artes de Houston, y la Colección Daros en Zurich han empezado a adquirir piezas de arte latinoamericano y han contratado curadores específicamente para que se ocupen de éstas. El Museo del Barrio de Nueva York nunca ha tenido tantas visitas. Y además de todo esto, los clientes de hoy no sólo demandan arte colonial y Riveras y Tamayos; también quieren arte de los sesentas y setentas, y propuestas contemporáneas, y las bellísimas pinturas de nuestro compatriota Fernando de Szyszlo.
Parada frente al edificio de Sotheby’s, se me hace difícil pensar en cuadros de millones de dólares mientras cuento los céntimos para comprar un café de kiosco callejero; pero el mundo del arte es así. Las pinturas de los grandes impresionistas y los maestros del arte moderno llevan décadas vendiéndose por estas sumas. Es un verdadero orgullo hoy ver a los más sofisticados coleccionistas del mundo salivando frente a un Wilfredo Lam o un Botero o un Matta. El arte es cultura, es parte de nuestra identidad, es reflejo de nuestra experiencia humana. Por eso, cuando en el piso siete de Sotheby’s enseñan un cuadro de Szyszlo y los clientes empiezan a levantar sus paletas, y suenan los teléfonos con ofertas de los que no pudieron asistir, y en la pantalla se ve como sube el precio en dólares y euros y libras y yenes… estamos todos un poco presentes en ese mundo tan glamoroso y tan ajeno a nuestra realidad, pero que sin embargo reconoce que nosotros--nuestra cultura, nuestro arte--valemos millones.
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