Thursday, November 1, 2007

TOTAL ECLIPSE OF THE HEART

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Me niego a lavarme las manos.

Están sucias, lo sé, pero las prefiero así.



Un clásico ochentero propulsaba mi carro por la Javier Prado. El velocímetro marcaba 60, luego 70, 80, 100. La velocidad se infiltró bajo mi piel, y todo lo que nunca he dicho se atoró en mi garganta. Lo único que quería es empotrarme contra el borde de la pista y ver mi foto en el periódico al costado de un carro destrozado y muchos policías con ansias de notoriedad. Quería crear un escándalo, un desastre, un evento... lo que sea. Sólo quería algo gigante. Quería romper por lo menos por un segundo la felicidad conformista de la ciudad, la monotonía apurada y conversación forzada, para pintar el cielo gris con todos los rojos que tengo dentro.

Tú cantabas con los ojos cerrados y pensabas en algún sitio que no es Lima y algún momento que no es ahora acompañado por una chica que no soy yo. La manecilla trepaba cada vez más alto—110, 120—y mi cabeza daba vueltas de campana. Mis lunas estaban empañadas, y el espejo retrovisor sólo reflejaba el negro infinito de la pista. Cada “turn around” me pinchaba las yemas de los dedos y lanzaba una ola de frío que corría por mis brazos. Cada puente que pasábamos era como un puñetazo en mi mentón, una arcada del corazón que me obligaba a ir más rápido, cada vez más rápido, para poder llegar a un water y vomitar la bilis de palabras que ya casi podía saborear. 130, 140.


PARE

Un agudo “Forever’s gonna start tonight” pulsó el freno de pronto y la manecilla del velocímetro corrió desesperada hacia la seguridad del 0. “Bien” me dijiste, “nada de sobreparar, en los pares hay que frenar en serio”. Forcé una sonrisa y miré hacia delante mientras me tragaba con asco las palabras que nunca te dije. Los signos de exclamación chocaban contra las paredes de mi garganta, abriendo viejas yagas y soltando un ácido punzante que llegaba desde el hueco vacío de mi estómago hasta la punta de mi lengua.



Por eso ahora no tienes derecho a pedirme que me lave las manos. El peso de ese “forever” me fuerza a caminar mirando hacia abajo, aceptando ese “nothing is better” con resignación. Lo único que me queda de los viejos lugares y los momentos compartidos son las manchas de tinta que supieron escuchar lo que tú no te dignaste a preguntar.


Me lavaré las manos algún día. Pero por el momento me contento con desobedecerte y sólo bajar la velocidad, aunque cada calle que cruce me desafíe con un nuevo PARE.

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