Thursday, August 9, 2007

El cómo y el qué

Querida Lucía,
me alegra mucho recibir tus líneas y me hace muy feliz y me honra que creas que yo pueda darle una respuesta a tus dudas.
No voy a discutir el tema de la vocación porque creo que eso lo tienes muy claro, siento que el problema es hallar una razón valedera para estudiar arte en un mundo que, aparentemente, te necesitaría en alguna otra profesión más "útil". Creo que allí reside tu dilema en la "utilidad" o no del arte. ¿Sirve el arte para algo? Me parece estar ante cualquiera de mis muchos prácticos alumnos que me preguntan "José Luis, ¿de qué me sirve la literatura?" y yo les explico que no importa lo que vayan a hacer, el estudiar Literatura humaniza, nos aproxima a los demás y nos deja ver aspectos de la gente que, de otra forma, jamás observaríamos en los seres humanos. "No importa que seas dueño de una empresa, ingeniero o presidente de la Nación, lo que importa es que, hagas lo que hagas, lo harás con humanidad", esa es siempre mi respuesta y no es mía, muy probablemente se la aprendí a mi padre.
Claro, cuando el asunto es no sólo acercarse a esa forma de humanizarse que es el arte sino hacer de eso una forma de vida, el asunto se torna un poquito más complicado. Acá viene a cuento un tema que se viene discutiendo desde hace siglos, ¿cumple el arte una función social o es pura estética?, y si es pura estética, ¿qué derecho tenemos de hacer arte cuando el mundo necesita hospitales, casas y escuelas, doctores, constructores y maestros? ¿Es el arte, como mucha gente afirma, un lujo de los ricos? Y creo, queridísma Lucía, que allí reside un poco la tragedia que vives. Si tuvieras que trabajar para comer y solo pudieras estudiar de noche en San Marcos, ¿escogerías Arte o Derecho, Literatura o Ingeniería? A lo mejor a primera vista te tienta responder Derecho o Ingeniería, pero basta con ver a los alumnos de la Facultad de Letras de San Marcos, pobres estudiando carreras que muy posiblemente los mantenga pobres el restos de sus días, para empezar a cuestionarse eso. Chávez, el pintor, prefería comprarse un tubo de óleo antes que comer y prefería pasar las noches durmiendo bajo un puente en Italia antes que rendir su vocación. Claro, siempre sigue en pie tu pregunta, ¿la vocación es una decisión así de subjetiva, es sólo la terapia de una niña rica asqueada de las inauguraciones donde van todas las viejas pitucas de Lima —que nada entienden de arte— a chismosear sobre el vestido de Fulana, el nuevo amante de Mengana o las joyas que adornan el cuello de Perenceja? Yo diría, querida Lucía, que no hay escapatoria, que toda decisión es subjetiva, lo objetivo —así como nos lo quieren endilgar— es sólo una ficción; nadie es completamente objetivo, nadie puede serlo, todos actuamos guiados por nuestros propios criterios y queremos darles mayor validez porque encajan en una lógica común y externa (aparentemente objetiva), cuando esa lógica nace del devenir del proceso de culturización humana, que durante siglos fue emitiendo razonamientos subjetivos, personalísimos y propios, y luego los objetivizó a fuerza de costumbre. O sea, más de lo mismo.
¿Eres una niña atormentada porque cree que el arte es sólo una opción terapéutica y te mueres de remordimiento porque en el mundo los niños se mueren de hambre? Esa lógica puede ser hermosa, pero es suicida, porque si piensas así, el colegio de donde vienes, la familia de donde procedes, la universidad donde estudias, tu vida completa "becada" por una circunstancia que pudo darte “lo mejor”, todo, todo estaría mal y deberías cuestionarte no sólo la carrera sino la existencia misma, tu vida misma. ¿No es horroroso que mientras tú y yo escribimos desde nuestras computadoras tomándonos una gaseosa o disfrutando de buena música o sentados cómodamente o las tres cosas y más, en este mismo momento, en este instante, se muere gente de hambre, de enfermedades que podrían curarse con unos cuantos millones, de violencia, de intolerancia, de la falta absoluta de humanidad? Es horroroso, espantoso, macabro, vil, egoísta, pero es. ¿Qué hacemos? ¿Dejamos todo y nos vamos a la montaña a pasar hambre con los que pasan hambre y les enseñamos a leer y tratamos de sacarlos adelante así con nuestro pequeño mundo de renuncias? Honestamente, me parece improductivo. ¿De qué me sirves tú en un campo de refugiados en Sudáfrica o Congo o Senegal?, ¿de qué le sirve a la humanidad que tú dejes de estudiar arte y decidas ser abogada o ingeniera o médico? Si tu vocación es ser médico es obvio que estudiar arte es, al menos, improductivo, ¿por qué la misma lógica no puede utilizarse en sentido contrario? De igual manera, si el arte es tu vocación, ¿no crees que es —por lo menos— perder el tiempo estudiar economía? Yo pensé —porque objetivamente todos lo pensaban y me lo decían— que iba a ser un gran abogado, defendiendo a los pobres y combatiendo la injusticia, lo cierto es que fui infeliz durante toda la carrera. Yo quería —yo quiero— ser escritor, decir lo que pienso, dar mi opinión y hacer que el mundo diga "mira, eso piensa Mejía, a lo mejor tiene razón" o "Mejía está mal, hagamos lo contrario" o lo que sea, quería que me escucharan y creo cada vez me escuchan más, unos pocos más, y eso me hace feliz. ¿Soy útil para mi país, lo que hago es sólo terapia para liberar mis demonios, fue una decisión subjetiva? Yo, como tú, querida mía, me lo he cuestionado mil veces. Yo nací en un hogar acomodado y la crisis nos arrastró a vivir en San Miguel, en unas viejas casas de adobe donde, cuando llovía, había goteras. Mis padres pasaron por épocas muy malas, vendieron todo —hasta los anillos de boda— por mantenernos juntos y vivos, por darnos una educación y formarnos como seres humanos. Pasamos miserias porque mi padre era un idealista y un hombre de bien y enfrentarse con los poderosos siempre trae problemas, pero le agradezco cada plato de arroz con huevo que comí de niño y cada lección de vida que me dio. No me hizo ni un amargado, ni un resentido, me enseñó a perseguir mis sueños. Cuando era adolescente quise ser abogado para acabar con los malos de este mundo, meterlos a todos presos y hacer de mi país un lugar mejor; también iba a ser abogado de los pobres, para que los que no tuvieran cómo defenderse me tuvieran a mí, para que los poderosos no abusaran de los débiles. ¿Tienes idea de cuántas veces me cuestioné dictar clases en el colegio más aristocrático de Lima, enseñando a quienes —aparentemente— no necesitan nada? Mil veces. Y sin embargo, estos años han sido para mí una experiencia maravillosa, dictarles ha sido aprender muchas cosas y me ha dado la oportunidad de ver las cosas "del otro lado", yo me decía "pensar que iba a defender a los pobres y termino enseñando a los ricos", me sentía un traidor, un desleal con mi origen y con mi patria, con mi realidad y mi historia. Sin embargo, ustedes me enseñaron que estaba equivocado, que no hay "ellos y nosotros", con las justas hay buenas personas y canallas (y de esos hay en todas partes). Lo único que hay que hacer es rescatar a esas buenas personas que —como tú— van por el mundo confundiendo el cómo de qué; el qué es hacer de este mundo un lugar mejor, el cómo es la manera y puede ser con un dibujo, un discurso, una máquina o la cura para una enfermedad. Allí reside tu error, querida Lucía, y allí residía el mío, mi qué era defender a los buenos de los abusos de los malos y ese cómo que creí encontrar fue peleando en los tribunales y no era mi cómo, así que poco a poco fui hallándome y me convertí en profesor y en escritor. Este es mi cómo. Cuando una muchacha maravillosa como tú pierde el sueño cuestionándose su propio papel en el universo, yo —que he logrado que mi qué suceda— me siento feliz y me siento orgulloso de poder ser el interlocutor de tus dudas. En estos momentos, querida Lucía, podrías estar fumando marihuana, emborrachándote o teniendo sexo con toda tu universidad, podrías estar gastándote el dinero de papá o recorriendo las discotecas más caras de Nueva York con tus nuevos trapos recién adquiridos en alguna tienda exclusiva. Y no lo haces. Te sientas, abres la máquina y le escribes a este gris profesor de secundaria preguntándole por una buena razón para ser artista. Lucía de mi corazón, tú eres la mejor razón que podrás encontrar. No lo dudes ni un instante. Eres una maravillosa mujer, un ser sensible y comprometido con el ser humano; mantente así, sigue así, insiste en ser quien eres y dale al mundo todo lo que te salga del alma, denuncia a través de tu arte la injusticia, el hambre, la violencia y todas las taras de la humanidad y con eso no te pido que conviertas tu arte en panfleto, te pido sencillamente que mantengas esa infinita humanidad que te ilumina y que la entregues, en la forma que quieras, en la forma que puedas, en la forma que te haga más feliz, al mundo entero.
Todo mi corazón.
JL

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