Tuesday, October 9, 2007

viaje a nueva orleans




El primer fin de semana de octubre visité dos ciudades, y ninguna de la dos queda en los Estados Unidos.

La primera es una ciudad de jazz en todas las esquinas, de “how you doing baby?,” de calles angostas y antiguos balcones de fierro, de barrios humildes pero pintadas de rosado y turquesa y amarillo patito, de pescados incrustados con pecanas, de sanguches gigantes en cafetines de mala muerte, de fiestas por cualquier cosa, y caimanes-mascotas con nombres de comida japonesa. Una ciudad inédita y sorprendente, donde todo es fusión, y donde la gente no puede dividir su identidad en fracciones como lo hacen sus vecinos del norte porque todos son un poco cajun, y criollos, y africanos, y latinoamericanos, italianos. La gente en la calle caminaba a mi paso, no necesariamente más lento, pero con menos urgencia que la gente de Boston. Hace tiempo que no me sentía tan en Lima.

En el bus camino a los pantanos vimos una ciudad de barrios abandonados, de casas a las que se les voló el techo, de puentes colapsados; una ciudad cuya población es casi la mitad que la de antes de Katrina, una ciudad que después de 62 billones de dólares sigue destrozada. Luego Valerie, una amiga de Lima que estudia en Tulane, nos contó del día a día en Nueva Orleáns, de sus clases sobre el tema en la universidad, de la corruptela del gobierno, del racismo, del clacismo, de la pobreza. Hasta en los mejores barrios hay que estar muy pendiente de la cartera, el streetcar todavía no va a los suburbios, los museos aún abren en horarios restringidos. Cosas pequeñas comparadas con el pueblo fantasma que es el Ninth Ward, pero que demuestran que hasta en las mejores zonas, Nueva Orleáns todavía anda cojeando. Cosas que no pasan en Estados Unidos. Problemas de fondo que fueron magnificados por el huracán, pero que ya existían antes.

Supongo que lo que más me chocó es que éstas no son dos ciudades sino una, y que queda en Estados Unidos. Yo ya me había hecho una idea algo clara de lo que era este país, pero ir al sur me ha abierto los ojos. Este país tiene una cultura bastante más rica de lo que yo pensaba, y la gente puede ser más parecida a mí de lo que creía. Sin embargo, también me he dado cuenta que la pobreza aquí también existe, como también la ineficiencia, y los problemas de fondo que tanto desmoralizan. Me impresiona encontrar un sitio donde me siento tán comoda aquí, pero también me parece inaceptable ver tal desastre en un país tan desarrollado.

Mi amiga Sonia fue a ayudar a los damnificados hace un tiempo, y me contó que después de esa visita decidió hacer un máster en ayuda social en lugar de uno en leyes. No podía creer, me contó, que la gente de Nueva Orleáns esté dándole gracias a dios en lugar de lamentarse, o que una señora a la que estaban ayudando a demoler su casa les haya preparado una batea de ensalada de atún y se las haya entregado con una sonrisa. Es la coexistencia de estas dos realidades lo que hace que te comprometa tanto esta ciudad, lo que te hace reconocer el potencial inmenso que tiene, lo que hace que te dé tanta rabia verla en tan penoso estado.

En fin, un viaje mucho más interesante de lo que imaginé. Todavía sigo un poco en Nueva Orleáns.

2 comments:

Albertinho said...

Me alegra leer esto y me entristece estar de acuerdo en la situación que vive la ciudad y sus dos caras. De todas maneras, pese a que debes andar con ojo con tu carteraen algunos lugares (no muchos por la zona más turística) es una ciudad sin parangón en lo que yo he visitado en EEUU. Hay que visitarla, vale mucho la pena. Mucho más sentimiento y color y mucho menos hormigón.

Lucía B. said...

toda la razón albert... me quedé súper a gusto con nueva orleans e iría de nuevo sin pensarlo. full cultura, full música, full fiesta, comida deli, gente hiper simpática. es por eso que da tanta pena ver esa ciudad sufrir.